Page 179 - Le Operazioni Interforze e Multinazionali nella Storia Militare - ACTA Tomo I
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          minio del mar con el que contaban los británicos era una herramienta estratégica de gran
          valor; lo sabían y supieron sacar provecho de la situación, añadiendo una dimensión
          operacional a las hostilidades que compensaba el menor tamaño del ejército británico en
          comparación con la Grande Armée napoleónica. El 17 de agosto el ejército combinado
          anglo-luso derrotó a las tropas del General Delaborde en Roliça forzando su retirada
          hacia Torres Vedras. El 18 Wellesley desplazó sus tropas a Lourinhal con el propósito de
          reabastecerse de los buques fondeados en las proximidades y para recibir refuerzos pro-
          cedentes de puertos ingleses. El 21 de agosto la fuerza combinada anglo-portuguesa se
          enfrentó y derrotó a un magnífico ejército de 14.000 efectivos al mando del General Ju-
          not en Vimeiro. Un tratado de paz algo vergonzoso entre franceses y británicos siguió a
          esta derrota, la Convención de Sintra, en la que Wellesley nada tuvo que ver más allá de
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          hacer lo que se le ordenó firmándolo.  Paradójicamente, una de las clausulas del tratado,
          como se verá, estipulaba que los buques de la Royal Navy se encargarían de repatriar a
          las fuerzas francesas de vuelta a su país con todas sus “pertenencias y equipos” intac-
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          tos.  De nuevo, la Royal Navy prestó un servicio de altísima utilidad en esta guerra y, de
          nuevo también, el empleo de la guerra combinada y conjunta demostró ser vital para la
          derrota del hasta entonces invencible ejército francés. En agosto también, la Royal Navy
          transportó un contingente español de 10.000 efectivos, de un total de 12.000, enviados
          previamente a Dinamarca tras una petición más que sospechosa hecha por Francia.
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          Estas fuerzas debían desembarcar en Coruña y unirse al ejército anglo- portugués de
          20.000 efectivos mandado por Sir John Moore procedente de Portugal.
             Mientras tanto, a resultas de la polémica suscitada por la Convención de Sintra en
          el Parlamento, se ordenó el regreso de Burrard, Dalrymple y Wellesley a Gran Bretaña

          19   De  hecho,  el  General Wellesley  ya  había  perdido  el  mando  supremo  de  la  fuerza  anglo-portuguesa  por
             aquellas fechas cuando Sir Harry Burrard, de mayor antigüedad que Wellesley, arribó a Maceira el 20 de
             agosto. La burocracia del Horse Guards parece ser que tuvo que ver mucho con esta sustitución. Sin embargo,
             en uno de esos errores tan frecuentes en la guerra, el General Burrard, que se había reunido con Wellesley
             ordenándole no avanzar hasta que llegasen refuerzos al mando de Sir Hew Dalrymple y Sir John Moore,
             decidió permanecer a bordo la noche del 20 al 21. Wellesley desembarcó tras la reunión aquella tarde del
             día 20 ignorando que la gran batalla de Vimeiro tendría lugar antes del amanecer. WESTMORLAND, p. 24;
             Dispatches, Vol. IV, p. 93. Por lo que se refiere a las objeciones que Wellesley formuló a las condiciones del
             tratado de paz, véase Dispatches, Vol. IV, pp. 120, 134.
          20   De los pillajes y saqueos sistemáticos atribuidos a las tropas napoleónicas se ha hablado hasta la saciedad. Y
             si bien puede que ello sea así debido a su avance imparable por el Continente, que convertía el apoyo logístico
             en una pesadilla (PARET, P. (1986), Napoleon and the Revolution in War, Makers of Modern Strategy, ed.
             Peter Paret, Princeton University Press, N.J., pp. 127-128); o porque sencillamente Napoleón lo utilizaba
             como medio para financiar sus campañas al menor coste posible para el contribuyente francés (PARKER,
             p. 215); o por la promesa del botín con la que se incitaba a las tropas en caso de vencer (HOWARD, p. 82);
             o como medida de represalia contra la población civil (WESTMORLAND, p. 9); sin embargo, sería injusto
             culpar exclusivamente a las fuerzas francesas de esos desmanes puesto que igual se comportarán británicos y
             portugueses tras la caída de Badajoz en 1812 o San Sebastián en 1813 (Dispatches, Vol. XI, p. 173) e incluso
             los españoles tras la batalla de Nivelle en 1813 (Dispatches, Vol. XI, p. 306). Ignorar esto es ignorar una de
             las verdades más crueles de la guerra.
          21   Debe tenerse en cuenta que por aquellas fechas España y Francia eran todavía países aliados. Estas tropas, al
             mando del Marqués de la Romana, (WESTMOTLAND, p. 52) habían sido enviadas a petición francesa para
             guarnecer Dinamarca. Resulta imposible no relacionar esta petición con el posterior paso “inocente” de las
             tropas francesas por suelo español camino de Portugal.
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