Page 248 - Conflitti Militari e Popolazioni Civili - Tomo I
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           de reclutas que temía que desertasen. Junto con los reclutas se habían introducido soldados
           veteranos que en muy poco tiempo habían podido reducir a la escasa guarnición de una plaza
           defensiva considerada como de primer orden a nivel europeo.
              Todas estas fortalezas, dada su importancia, pueden ser consideradas como «los sitios que
           pudieron haber sido y no fueron» por las fundadas esperanzas que podrían haber sustentado.
           La historia particular de Figueras nos la presenta como fuerza de díficil expugnación, pero
           sorprendentemente vulnerable a la traición y al engaño. Pese a todo, Madrid acogió resigna-
           damente al grueso de las tropas de Murat que habría de convertirse en su verdugo un día antes
           del recibimiento apoteósico del nuevo rey Fernando VII.
              Por muy benévolos que queramos ser alegando que pudo más la disciplina que la razón,
           comprenderemos fácilmente que a un mes justo del Dos de Mayo madrileño, el mando mi-
           litar hubiera perdido la confianza del pueblo. los acontecimientos que siguieron, protago-
           nizados por la Corona y la elite política, no hicieron sino incrementar hasta el paroxismo
           la prevención contra todas las autoridades que en buena parte les habían «vendido» a un
           extranjero, lo que condujo a una purga salvaje y poco justificada en términos generales de la
           que los altos mandos castrenses fueron las principales víctimas. Reacción provocada por un
           sentimiento de indefensión y de traición contra la institución, totalmente desacreditada, que
           produjo en los primeros momentos, no sólo la muerte alevosa de cuatro capitanes generales,
           sino también la muerte, la lesión, la deposición y el escarnio de numerosos corregidores y
           gobernadores locales, invariablemente oficiales militares. No sangrientas, pero sí claramente
           revolucionarias fueron, entre otras, la sustitución de Jorge Juan Guillelmi, capitán general de
           Aragón, por el brigadier José Palafox; el relevo del mariscal de campo Joaquín de Mendoza,
           gobernador de Gerona, por los representantes municipales y en favor del teniente de rey
           Julián de Bolívar y la renuncia obligada del infortunado Antonio Filangeri, posteriormente
           asesinado, al que sustituyeron sucesivamente Antonio Alcedo y Joaquín Blake en Galicia...
           ocurridos todos en 1808. Restringida en su aspecto más primitivo y sangriento conforme la
           guerra se fue desarrollando, se mantuvo viva esta falta de sintonía a la que agravaron otros
           factores como la pretensión lógica de los profesionales de la guerra de dirigirla y de «unifor-
           mar» bajo criterios castrenses todos los esfuerzos. Este último objetivo encontró una notable
           oposición en el carácter individualista español que había convertido en héroe a imitar no
           al soldado disciplinado, sino al romántico guerrillero. También se enfrentó con las juntas,
           donde los defensores a ultranza de fueros locales vieron en la creación de un ejército nacional
           conculcados los privilegios de las fuerzas locales, algunas seculares, instituidas exclusiva-
           mente para la defensa del territorio.
              En Cataluña fue sin duda donde se manifestó de una manera más clara este fenómeno
           que ponía en entredicho las disposiciones de los sucesivos capitanes generales referentes a
           reclutamiento y a subsidios para el ejército. Enrique O’Donnell, en una proclama de 31 de
           enero de 1810 llegó a considerar el rechazo a las quintas un pretexto, con el que los malévo-
           los y cobardes pretenden cubrir su infamia, y acaso su adherencia al partido enemigo, con
           un falso amor a los antiguos privilegios, induciendo a los incautos a recibir con disgusto
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           la única providencia que puede salvarnos. . esta «providencia» no era otra que el mando

           17  O´Donnell D´Anhethan, Enrique. Archivo de la Corona de Aragón, Junta Superior, Folleto Bonsoms, caja
               73, nº 3968.
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