Page 246 - Conflitti Militari e Popolazioni Civili - Tomo I
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           nos sorprende ahora; su razón de ser hay que cifrarla en dos circunstancias: la atomización
           del poder al menos en la primera fase de la guerra que multiplicó los focos de resistencia y
           la voluntad indomable de una nación que asumió en todos sus estamentos y hasta las últimas
           consecuencias su compromiso con el triunfo final o el aniquilamiento. Este es el primer
           aspecto que nos interesa destacar y que es aplicable, tanto a la guerra en general como a la
           de sitios: Napoleón se encuentra por primera vez con una situación imprevista debida a una
           reacción diferente y numantina calificada reciente y acertadamente por Ronald Fraser de
           “levantamiento nacional”.
              Este mismo autor recoge el tantas veces repetido reconocimiento tardío del error por parte
           del emperador en los lamentos de Santa elena: Esta maldita Guerra de España fue la causa
           primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circustancias de mis desastres se re-
           lacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa...esta maldita guerra
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           me ha perdido. .
              Los “detalles”, demasiado nimios para alguien que, como genial, se consideraba artífice
           de grandes acciones, perdieron al Emperador, cuya máxima militar se condensaba en su afir-
           mación: Hay muchos buenos Generales en Europa, pero ellos ven demasiadas cosas al mi-
           smo tiempo. Yo veo solamente una cosa, el cuerpo principal del enemigo. Trato de destruirlo,
           en confianza que las cosas secundarias se van a arreglar por sí solas. Clausewitz, su ilustre
           prisionero en Jena, le llevaría la contraria poco después: el primero, el supremo, el acto de
           juicio de mayor alcance del hombre de estado y del comandante, tiene que establecer el tipo
           de guerra en la cual se están embarcando. No equivocarlo ni tratar de cambiarlo por algo
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           que sea extraño a su naturaleza. .
              Napoleón, como señala Carlos Marx, , tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si el
           Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas
           sus partes, de fuerza de resistencia. . Porque efectivamente, poco o nada de la estructura
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           nacional podía o merecía mantenerse y poco fue lo que se respetó de ella, milagro fue que se
           sostuviese el trono y la dinastía, posiblemente gracias a la desinformación que tuvo el pueblo
           de los acontecimientos reales y de la necesidad de contar con un elemento aglutinador en una
           época de desintegración manifiesta.
              La gran aportación popular indiscutible y trascendental a la causa patriótica fue doble: la
           reacción inicial frente a los acontecimientos ante la inacción de quien correspondía, aquejado
           de la imperdonable ceguera -por muchos contemporáneos interpretada como traición- del
           aturdido gobierno español y sus representantes militares a quienes se había dado orden de
           colaborar con los franceses, y el genial recurso a la guerra de guerrillas. Esto último resultó
           útil en todo momento y fundamental cuando, tras las derrotas de los ejércitos españoles y la
           creación de otros nuevos, constituyó el único testimonio de la perseverancia en la voluntad
           de lucha. Reconocido e incluso rápidamente adoptado por los franceses, la primera referencia
           escrita al término actual por la que la partida bélica, similar en algunos aspecto a la tradicio-


           13  Fraser, Ronald: La Maldita Guerra de España. Historia social de la guerra de la Independencia, 1808-1814,
               Editorial Crítica, Barcelona, 2006. Prólogo.
           14  Cfr. Vergara, General de división Evergisto de, La Naturaleza, la Conducta y el Propósito de la guerra,
               Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires. Investigación. Feb 03, pág.1.
           15  Marx, Karl: New York Daily Tribune, 9 de septiembre de 1854.
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